En nuestro recorrido por la Vida, hemos puesto toda nuestra atención en fortalecer nuestro ego para enfrentar una vida exigente que nos hostiga y para ello es necesario autoafirmarse. En eso consiste la mayor parte de nuestra preparación para evolucionar. No obstante, en la mitad de la vida, el mundo exterior se empalidece y comprobamos que no brindó todo aquello que prometía y entonces, luego de un abismo, en el que nos sentimos perdidos, comienza otra búsqueda. Esta vez hacia el interior de nuestra esencia, de aquello que es inviolable que vive en lo más profundo de nuestro Ser.
DESPERTAR: significa darse cuenta de la propia nadidad, darse cuenta de su completa y absoluta mecanicidad e impotencia. Y no basta darse cuenta de ello filosóficamente en palabras. Es preciso que la persona adulta se dé cuenta de ello en hechos claros, sencillos y concretos, mediante la observación de los propios actos. Cuando comenzamos a conocernos un poco, veremos dentro de nosotros muchas cosas capaces de horrorizarnos. No obstante, mientras no seamos capaces de horrorizarnos de nosotros mismos, no podremos conocernos de verdad. Hasta ahora hemos intentado ponerlo fuera, detenerlo, ponerle fin. Pero por más esfuerzo que hicimos, percibimos que no lo logramos, que todo permanece tal como estaba. Es entonces cuando nos enfrentamos a la impotencia, la incapacidad y la nadidad. Cuando el ser humano comienza a conocerse a sí mismo, ve que no tiene nada que sea suyo, es decir, que todo cuanto ha considerado como suyo, sus gustos, puntos de vista, convicciones, hábitos, hasta sus defectos y vicios, todo ello no es suyo, sino que lo ha tomado en préstamo en algún lugar. Al sentirlo, comprende su nadidad. Y al sentir su nadidad, se ve tal como es realmente, no por un segundo, no por un momento, sino constantemente, sin olvidarlo nunca. Sin embargo, «la nada y el Todo» son una pareja indisoluble y percibimos que «al perder ganamos y que al morir renacemos»