Si ponemos atención podemos ver como nos enredamos en las creencias que aprendimos como verdaderas -y que aún habiendo descubierto que no lo son-, continúan dominándonos.

Junto a esas creencias forjadas en el viejo paradigma del Miedo, la Carencia, la Culpa y el Castigo, se está vislumbrando un nuevo modelo donde lo único que existe es la Luz y el Amor, el Perdón y la Compasión.

Y caemos, constantemente, en uno u otro. Con la incomodidad de reconocer que no podemos encajar con precisión en ninguno de los dos, que en ambos modelos hacemos agua, fallamos.

Esto sucede porque saltamos de una creencia a otra. Pasamos de adherir a lo que nos enseñaron nuestros mayores a apostar ciegamente a aquello que nos promete la felicidad eterna.

Mientras sigamos obedeciendo o rebelándonos a mandatos externos, quien actúa en nosotros es el ego.

En el interior de cada ser humano habitan dos mundos en conflicto: el mundo del ego o personalidad y el mundo del Alma o Ser Esencial.

La personalidad se construye con la sumatoria de actitudes que fueron útiles para resolver dificultades en algún momento de la evolución y que se fijan como propias del sujeto de la experiencia. A través del tiempo van dando cuenta de la validez de sus conductas y representan la capacidad del individuo para estar en el mundo.

Ese mundo de la personalidad está en consonancia con el entorno en el que se desarrolla y tiene un código común para interactuar con él. Se divide en yo y no yo. Se inscribe en una dualidad existencial y compartida por todos.

El Alma, ese huésped desconocido que habita en el interior de cada uno, permanece intacta, incorruptible y silenciosa por mucho tiempo. Es el Ser de Luz que todos somos.

Al promediar la vida -en muchos casos aún antes-, se va haciendo sentir… Nos invita al desafío del autoconocimiento, a encarar nuestras dificultades, a dejar de culpar a otros por los desaciertos o frustraciones y a asumir la responsabilidad por la propia vida. Esta invitación, en ocasiones, se presenta a través de antipáticas o dolorosas circunstancias: pérdidas, enfermedad e incluso muerte. Y mediante fuertes sacudones va produciendo los pujos indispensables para un nuevo nacimiento.

Ese re-nacer al que todos estamos invitados.

Pero tratemos de entender donde nos hacemos trampa. Queremos hacer el proceso del Alma, desde el ego. Queremos alcanzar la iluminación en un seminario de fin de semana donde aprendemos un discurso vacío de contenido, que tal vez fue alumbrado genuinamente por quien lo transmite -aunque la mayoría de las veces no es así-, comprando una nueva creencia. Y entonces repetimos palabras que se bastardean, que se cosifican y utilizan como moneda de cambio, pervirtiendo el verdadero mensaje al que todos aspiramos.

En la personalidad –ego-, lo que hacemos es identificarnos con uno u otro modelo y nos convertimos en copias distorsionadas de aquello que queremos lograr.

El verdadero proceso exige un largo camino de desprogramación de lo aprendido y un arduo ejercicio de las nuevas pautas, en las cuales fallaremos muchas veces.

Nacimos creyéndonos viles gusanos incapaces de agradar a Dios y ahora queremos “comprar la certeza” de que somos seres de luz. El ego exige: -¡Lo quiero ya…! Y hasta es posible que durante un tiempo hagamos los deberes en forma obediente, para luego ir olvidándonos de lo que nos habíamos propuesto para caer en el dolor que nos hace sentir nuevamente aquel gusano, ahora incluso pretensioso. Con ello, crece la cruel autocensura y nos exponemos también al maltrato de los demás al sentir que no somos merecedores del Amor de Dios.

El verdadero Trabajo Interior recién comienza.

Con la frustración y reconocimiento de la ambición del ego, sintiéndonos humillados y desposeídos pero sin perder el anhelo de convertirnos en hijos de Dios. Verdadero linaje sagrado que nos espera amorosamente y sin apuro.

 

Es en ese acto de humildad -en la convicción de que solos no podemos-, cuando comenzamos a sentir que no estamos solos. Alguien va conmigo en este viaje. Es en la Nada cuando aparece el Todo. Y poco a poco, retomamos el esfuerzo de estar atentos y conscientes de la ambivalencia que ruge en lo íntimo de cada uno. En esa vigilia atenta, vamos despertando al Observador Interno, el verdadero Ser de Luz, el Alma que nos dice:

YO no soy mis pensamientos.

YO no soy mis sentimientos.

YO no soy mis emociones.

YO no soy mis acciones.

YO SOY EL QUE OBSERVA, desde más arriba o desde más adentro el eterno devenir de las formas…

19.1.2012 – Inés Olivero