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En los años 60 vivimos un momento de la evolución de la Humanidad que podría equipararse con el despertar espiritual de la adolescencia, en el proceso de maduración humano. Ese instante sagrado que enciende la mirada de los jóvenes, donde las hormonas están abriendo las puertas del cuerpo y del alma, donde se enfrentan el deseo y la prohibición, pone a los opuestos internos en una batalla a muerte. El miedo se esconde debajo de los actos valientes -que lo llevan puesto pero no lo dejan comandar- de esos jóvenes que crecen y comienzan su largo camino hacia la independencia. Otros se paralizan y se someten al gobierno del miedo durante años.

En los tiempos que corren, de grandes movilizaciones (internas y externas), lo sagrado y lo profano se entrelazan para producir el salto tan esperado… Quizás, el momento crítico que vive la Humanidad sea semejante a la Crisis de la Mitad de la Vida, donde el replanteo no se apoya tanto en ideales heroicos como en verdaderas epopeyas cotidianas. No tan llamativos pero sí persistentes. Tal vez el cambio se produzca próximamente o quizás se materialice dentro de doscientos años. No importa. El ser humano, harto de una vida de plástico, rezuma su dolor, su ira, su insatisfacción por todos los poros de los estamentos sociales.

Hoy, el viejo paradigma estalla de indignación porque lo quieren coartar, porque hay un movimiento, una ola humana, que ofrece nuevos planes para los hombres y mujeres de esta Tierra. Esas propuestas revolucionarias pueden llegar a impedirles a los representantes del viejo modelo que sigan gobernando. Las instituciones rígidas se están demoliendo, aún sin saberlo, a pesar de sentir el peligro y mantenerse en alerta para evitarlo. Sus fundamentos, sus propósitos (útiles tal vez para su tiempo) en el presente lastiman y envenenan el alma de los individuos, impidiéndoles respirar el aire puro, que se encuentra a mayor altura. En otro estado de consciencia. Vivimos un tiempo que aspira a la UNIDAD.

Esas instituciones son tanto externas como internas. Sus dirigentes no son extraños, son amados, imitados y contrariados desde nuestra propia psique. Yo misma soy todos esos elementos antiguos que se oponen a mi propio proceso de ampliación de consciencia. Yo soy mi enemiga y mi peor verdugo. Pero también yo soy el guerrero interior apasionado. Yo soy Goliat, temible, aparatoso, con el fin de infundir terror. Y también soy David, porque me sé hija de Dios. David es quien hoy me empuja a denunciar, desde mi lugar, el sistema asfixiante, el modelo de cultura que lastima los corazones de mis congéneres.

Monasterio.

La sociedad actual, enferma por las consecuencias tóxicas que deja el abuso de poder de unos sobre otros, sigue enviando un mensaje erróneo a los participantes de la comunidad. Les ha hecho creer a los individuos que pueden ser los amos, que pueden dominar a otros, que pueden exigir, reclamar y reprochar a otros que no obedezcan los mandatos de sus dueños.

Y esto no solo pasa en las instituciones y en las empresas, pasa en los vínculos, de manera demencial, últimamente. Hombres que encienden fuego a sus parejas porque estas no quieren seguir a su lado. Que también matan a su prole, en algunos casos. Mujeres que aniquilan física o emocionalmente a sus hijos porque fueron abandonadas, para vengarse. Padres, tíos, vecinos, hermanos o primos que abusan sexualmente de niños aterrados.

Estos actos aberrantes, producidos no solo por los sujetos más desequilibrados psíquicamente, son avalados por la sociedad en su conjunto al sostener premisas falsas como si fueran verdaderas: ¡la pareja es para toda la vida! Malversando el sentido del mensaje bíblico. En Mateo 19, dice Jesús que Moisés tuvo que aceptar el divorcio por la dureza de los corazones. Si el amor muere no hay pareja. ¡Es tan claro…!

Y la frase No separe el hombre lo que Dios ha unido, es que nadie se atreva a interponerse entre dos almas que se aman. Y eso, se hace continuamente, apelando incluso al nombre de Dios.

No existen lazos tan poderosos que legitimen el derecho de abusar de uno o más de los integrantes.¡No existe ningún derecho a decidir sobre otro ser humano adulto!

Tampoco como padres podemos dañar a quienes hemos traído al mundo porque sean más débiles que aquellos a quienes deberíamos enfrentar. El maltrato de género, el abuso infantil, la descalificación emocional que sufren los hombres por parte de sus mujeres, no son ni más ni menos que ejemplos de la sociedad que tenemos internalizada, a través de mandatos francamente inhumanos.

Ocurre que, como sociedad, no nos hemos replanteado la vida que vivimos. Ni preguntado el por qué de nuestros actos, el origen de nuestras creencias. Repetimos como autómatas lo recibido de quienes nos lo transmitieron: padres, iglesia, educadores, modas, política. Vivimos en una sociedad agnóstica que tiene una corta duración. Los únicos que pueden ajustarse a ella son los que lucen más y mejor. Los demás son descartables. Ciertos jóvenes ostentan la belleza y algunos adultos mayores, el dinero. Desde estos bastiones nos despedazamos unos a otros.

Y al no tener un proyecto trascendente, endiosamos a los objetos, a las personas, a los éxitos, poniéndonos metas perecederas que inexorablemente terminan en frustración y soledad.

Por no confiar en un proyecto propio, único y sagrado, nos hemos vuelto una sociedad adicta, dependiente y débil. Por eso cometemos crueldades.

Tampoco existe espiritualidad pura en las agrupaciones religiosas. Estas se mantienen vigentes gracias a que producen sentimientos de culpa y miedo a un castigo en el más allá. Con su distancia de la realidad hacen olvidar que Dios es AMOR. Esos mandatos mantienen cautivos a un sinfín de hombres y mujeres, que se dejan pensar por otros y se acomodan a esos parámetros dejándose llevar… Las jerarquías que bajan los lineamientos e imponen los dogmas no contemplan el corazón de los hombres del mundo de hoy. No obstante, son muchos los ministros, en todos los credos, que brindan un mensaje de amor. Ellos son los revolucionarios que se mantienen con fe en sus claustros y en su gestión, inspirados por la esperanza de producir el cambio desde adentro. He ahí también la paradoja…

Ahora bien, esos mandatos arcaicos que están absolutamente perimidos, sirven de soporte a las mayores crueldades emocionales. Al sometimiento de cónyuges e hijos al maltrato del abusador que se siente el dueño de su pareja y de la prole. Hombres, en general, pero también mujeres, quienes insatisfechos de la vida que viven, descargan sus frustraciones con los que tienen cerca. Y asistidos por el derecho de propiedad que les otorga el vínculo matrimonial (legal o no) ejecutan por mano propia a sus víctimas. En la actualidad se están revisando esos presupuestos al modificar el Código Civil, pero aún perdura el código moral sostenido desde las religiones, que es más pernicioso porque, por miedo, mantiene a las personas en actitudes infantiles, fácilmente manejables.

Las conductas de los criminales se producen por falta de AMOR. Son un atajo hacia satisfacciones menores, que eligen quienes no conocen la paz interior, responsable del equilibrio en todos los órdenes.

Pero nadie contempla los males generados por la injusta distribución de la riqueza; el aislamiento y la impotencia en la que viven y mueren millones de seres marginados. Cuando nos dejamos estremecer, cuando sentimos profundamente el dolor de la injusticia, cuando viviendo bien sentimos cómo es vivir mal… experimentamos la paradoja que nos impulsa al cambio.

Entonces, nos acercamos al Servicio y sentimos la dicha de compartir con otros las obras tendientes al BIEN COMÚN. Comenzamos a descubrir nuestra misión en esta vida, a escuchar el llamado a la integración, a la UNIDAD.

Lo que verdaderamente nos distancia de esa transformación, no son algunos individuos peligrosos de los que tenemos que cuidarnos… NO. ¡TENEMOS QUE CUIDARNOS DE NUESTRAS PROPIAS FEROCES CREENCIAS!

El enemigo nunca está afuera, lo vemos afuera para sentirnos limpios y puros. Pero la realidad que se nos presenta afuera se corresponde con la oscuridad que albergamos en nuestro interior. El entorno será el espejo que nos enfrente con nuestras miserias escondidas.

Luego de estas reflexiones se me ocurrió hacer una analogía entre este momento histórico y la crisis de la mitad de la vida. Esta crisis tiene por finalidad recuperar el despuntar del Ser Sagrado que comenzó a aparecer en la adolescencia… Allí, inflamó nuestros ideales (como los hippies) que nos llevaron a imaginarnos un mundo donde reinaba la armonía y el bienestar (Paz y Amor), con individuos que se creyeron capaces de actos heroicos y solidarios. Pero así como sucede con los cambios juveniles, también los hippies -como ese golpe de espiritualidad emergente-, fueron aplastados por la necesidad de habitar el modelo de la cultura, sentar cabeza. (Frase que siempre me llevó a pensar que nos obligaban a ponernos patas para arriba…) Pero para el viejo paradigma era necesario. Todo ese mundo ilusorio no tenía base firme, se imponía entrar en razones. En el proceso de maduración individual, el ser humano, comienza a crecer y a hacer el aprendizaje mediante el esfuerzo y la constancia, pero también aprende todos los vicios culturales compartidos. Y todo ello lo vamos metabolizando como podemos, en lo interno y en lo externo, tratando de hacer una síntesis con nuestra impronta y sabiendo que nos tendremos que encontrar con las consecuencias de nuestros actos. Considero que como comunidad humana nos encontramos en esta fase evolutiva, no todos, pero una gran mayoría.

En el plano individual, algunos años más tarde, entre los 42 y 56 años aproximadamente, volveremos a sentir una profunda movilización que, de ser atendida, nos pondrá en el amanecer de otra etapa. Esta tardía revolución en las profundidades de cada ser humano nos lleva a preguntarnos por el sentido de la vida. ¿Para qué todo ese esfuerzo realizado? ¿Quién soy de verdad? ¿De dónde vengo y a dónde voy? Y vamos descubriendo que este momento, de profunda angustia, nos prepara para percibir el llamado de la Voz Interior que anuncia el despertar espiritual. También este momento reabre la paradoja… ¿Cómo, aquello que me iba a dar la felicidad resulta ser la fuente de mi desdicha? No hay respuestas… Solo se agregan más preguntas… Poco a poco vamos entendiendo que todo cambio de estado de consciencia se da en la tensión de los polos antagónicos, y que cuanto más fuerte es la oposición, más energía genera. Entonces se produce el salto cualitativo que integra los opuestos.

En el mundo de hoy, un ejemplo ilustrativo es el encuentro de Fidel Castro y el Papa Benedicto XVI, y tal vez también entre ellos algo se produjo. O entre nosotros, al ser testigos… El abrazo entre el castigador y el castigado (Fidel fue excomulgado del catolicismo por comunista).

Nuevamente la conducta paradojal, ya nada es tan claro como creíamos…

Si en lo singular esos son momentos para iniciar un trabajo interior, puede ser este el momento propicio para el trabajo en una nueva concepción de la condición humana.

Como sucede en lo individual, podemos aturdirnos y dejarlo pasar sin tomarlo en cuenta… sin detener el proceso autodestructivo que nos envuelve, hasta dejarnos morir.

Ojalá que una buena parte de hombres y mujeres podamos juntar la energía suficiente para producir ese replanteo de los límites de lo humano actual, y ser sensibles al llamado del Ser Planetario, del Alma de la Humanidad. Dios quiera que seamos capaces de reconocer las señales que nos invitan al cambio.

Me quiero incluir en las filas de quienes aspiran al encuentro entre los seres humanos, a crecer en el amor. No a dejarnos achicar por el miedo. Se ama lo que se conoce. Si seguimos separados -en compartimientos estancos-, nos perderemos esa emoción tan honda que produce el encuentro de las almas, el contacto con nuestros hermanos de la Tierra. La especie humana es invitada a dar un salto de consciencia, a una comprensión del sentido de la vida que sea inclusiva e integradora… De lo contrario lo que nos aguarda es la destrucción. Para eso existe nuestro libre albedrío.

Los grandes sabios, héroes y santos (Pablo, Francisco y Clara de Asís, Juana de Arco, Teresa de Ávila y Juan de la Cruz, Galileo Galilei, Theillard de Chardin, Mahatma Gandhi, Aurobindo y muchos otros) fueron rebeldes apasionados, que no abandonaron su lucha por terribles que fueran las amenazas. Consiguieron atravesar los obstáculos más poderosos de su época y prepararon el camino para que lo hicieran los que vinieron detrás. Sus metas eran trascendentes porque estaban pletóricos de espiritualidad.

Como Humanidad ¿podremos recibir el legado de esta crisis y protagonizar la tan ansiada transformación?

Inés Olivero – 1° de abril de 2012