Consternada por los acontecimientos que nos rodean y la polarización en el campo de la política, comencé a pensar en lo que nos está ocurriendo… Cuando podemos vernos en nuestra totalidad, es decir, cuando incluimos esos aspectos rechazados o vergonzantes que todos tenemos, podemos convertirnos en ciudadanos responsables del entorno que creamos desde nuestra interioridad. No me gustó ver mis defectos y asumir que tenía envidia, celos, resentimiento, ira y codicia. Me dolió verme en pantalla panorámica y agregar a los atributos «luminosos» con los que cuento, esas motas oscuras e impresentables que también habitan en mi. Sin embargo, el proceso de reintegrar lo que tenía proyectado en otros me reconstruyó de un modo más honesto, más creíble y fundamentalmente más humilde. Comprendí -al decir de Terencio- que «nada de lo humano me es ajeno» y pude resonar con los dolores que implicó ocultarle a mi consciencia esos aspectos que no eran aceptados por mis padres o no convenían al «deber ser» de la época. Esa mutilación de mi ser total, para poder mostrar que era digna de ser querida, sepultó en lo más profundo de mi ser, partes mías «no queridas», lo que me convirtió en alguien falso, que se esmeraba por ser digna de pertenecer a la familia, al colegio y más tarde a la sociedad. Una sociedad que dividía a las personas en buenas y malas, una sociedad hipócrita que disfrazaba sus miserias bajo máscaras virtuosas.

Pensando en estas cosas que tuve que reconocer para poder aceptarme con todo lo que soy, se me ocurrió que no es tan diferente lo que nos pasa como país.

Y entonces, se me fueron apareciendo las posturas políticas que ocupan el escenario actual (oficialismo vs. oposición) y me pareció ver que seguían asustados de que se viera lo que se intenta ocultar. Por ejemplo: para el populismo no hay nada más rechazado que la ambición de lujo y de poder, puesto que no empatiza con los presuntos supuestos que defienden = la igualdad, la equidad y la atención a los pobres; con lo cual, esas características las proyectan en el capitalismo y lo atacan sin piedad. Del otro lado el capitalismo tiene terror de la pobreza que se anida en su interior y no solo la económica, sino la moral y entonces nada mejor que endilgársela al «enemigo» ya que el otro no es visto como adversario porque porta lo más odiado o temido de las propias entrañas.

Eso que impulsa indiscutiblemente la encarnizada lucha de opuestos es «el odio a que se les reconozca lo que ocultan» y lamentablemente no es desde el odio desde donde se realizan las alianzas y negociaciones entre seres adultos y responsables. El espectáculo que estamos compartiendo la ciudadanía es desolador y a la vez grotesco. Habla de la falta de madurez de nuestro pueblo y de sus representantes, quienes quieren defenderse de sus propios errores enfatizando los del enemigo, como haría un niño asustado de la reprimenda de sus padres diciendo «yo no fui, fue él o ella»

Y leyendo hoy los comentarios que hizo Benjamin Ferencz, el fiscal más joven del juicio de Núremberg, que en el presente tiene 102 años, que al igual que en aquella época se sigue matando al adversario y que hay que modificar “la mente y los corazones de la gente” para que cambien los sistemas para que los pueblos puedan resonar con lo que vive y siente otro ser humano, que es un hermano de la vida, en lugar de volcar en él todo el odio de lo que no puede aceptarse en uno mismo. Entonces comprendí que lo que venía sintiendo era necesario expresarlo. Si bien comprendo que mis pensamientos no van a producir un cambio en la realidad actual, si pueden impulsar a que otros también se pregunten porque seguimos proyectando afuera lo que no nos gusta, y solo eso, genera un cambio. Según Carl Jung, citado por Jean Mombourquette en su libro “Reconciliarse con la propia Sombra”, la toma de conciencia de las proyecciones sobre el prójimo así como el repliegue sobre uno mismo, no sólo produce una mejora de las relaciones interpersonales, sino que tiene un efecto benéfico sobre la sociedad toda. Para él, el hombre que se esfuerza en reconciliarse con su sombra hasta el punto de reintegrar sus proyecciones, hace una obra útil para el mundo. “Por ínfimo que esto pueda parecer, consigue ayudar a solucionar los problemas enormes e insuperables de nuestro tiempo” (Psicología y Religión).

La creencia de que los buenos somos nosotros y los malos los otros nos lleva a la muerte y a la destrucción.

Solo es posible crecer en la cooperación y el sentimiento de respeto y agradecimiento por lo que nos aporta la diferencia, eso permite avanzar en nuestra evolución con esfuerzo pero, además, con alegría. Y esta es una palabra desaparecida del vocabulario de los argentinos en el presente.

El Kybalion: “los extremos se tocan…”. Cuanto más nos polarizamos, más nos parecemos a lo que execramos

Inés Pérez Arce

20.5.21