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En muchas ocasiones sentí que me debatía entre recovecos oscuros que no me permitían concluir el sentido hondo de dicha tribulación… Lo que sí me ocurrió fue, que a pesar de la imprecisión de mis postulados, no dejaba de apostar a seguir el flujo y el derrotero por el que discurrían. Esos estados de confusión y de replanteos profundos, fueron alumbrando la salida de la inercia, de la repetición ignorante, para abrazar el valor sagrado que posee la interioridad. Recuerdo haber experimentado la necesidad de amarme con fiereza, contra viento y marea, pero no se trataba de “amarme” dulcemente sino con rudeza, con valentía y fuerza, para sostener el diálogo íntimo con mi alma, constantemente amenazado por el influjo exterior.
Este camino hacia el Centro, tan misterioso y desconocido, nos propone que creemos la ruta de acceso con lo que tengamos a nuestra disposición en ese momento, no hay mapas para llegar hasta ahí. Sin embargo, una fuerza imantada nos atrae pese a las dificultades que presente. Es entonces cuando fui descubriendo que para mí había un “Destino” único y que debía mantenerme yendo hacia allá, pasara lo que pasara.
¿Cómo comunicar esto? IMPOSIBLE. Solo quien ha sido sacudido por sus tormentas internas y se ha resistido a aceptar ayuda exterior sabe de qué se trata. Por lo tanto, me sentí impulsada a traer esta palabra, raramente abarcada por la comprensión habitual. Hay un Destino y un destino. El primero es aquél que nos reclama desde las entrañas y que, aceptamos y obedecemos conscientemente, confiando en que hay “algo” allí sumamente valioso, aunque sumido en el máximo misterio. Donde al ponerse en juego la valentía de seguirlo, aparece la asistencia de lo sobrenatural que nos fortalece para continuarlo. El ángel de la guarda o el Espíritu Santo o nuestros Guías se hacen presentes, en medio de la oscuridad, e inyectan “algo” que nos hace dar el siguiente paso confiados, aunque llenos de miedo.
La segunda acepción, por otra parte, es eso que nos sorprende y nos sentimos injustamente atacados, lo consideramos un “mal” que la vida nos proporciona sin que tengamos nada que ver con ello. La mayoría de las personas vivimos el día a día de manera inconsciente, amparados por un “deber ser” que, de cumplirlo, nos garantiza ser premiados. Repetir lo aprendido, avalando el sistema de creencias en el que crecimos, nos exime de elegir, no es necesario pensar sino, solamente, hacer lo que se espera de nosotros. Como consecuencia los sacudones del “destino” son recibidos como desgracias provenientes de una vida cruel e injusta, un valle de lágrimas y, nosotros aspiramos al Paraíso que nos aguarda si somos “buenos”.
Del “Destino” podemos aflorar como héroes, del “destino” sólo como víctimas.
Inés Pérez Arce – 25.8.21